Celebramos la Resurrección de Jesús; nos identificamos, creemos, nos alegramos y necesitamos de ella recordando a San Pablo: «si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe” (1 Co. 15, 14).
» La resurreción de Cristo nos impulsa a mirar el futuro con esperanza. es importante saber qué le sucedió a Jesús muerto en el pasado. Es fundamental vivir la adhesión a un Cristo vivo en el presente. Pero todo alcanza su verdadera orientación cuando acertamos a vivir con la esperanza puesta en Cristo resucitado y en el futuro que desde él se nos promete.
Quien vive animado por la fe en la resurrección de Cristo pone su mirada en el futuro. No permanece esclavo de las heridas y pecados que ha podido haber en su pasado. No se detiene tampoco en las crisis y sufrimientos del presente. Mira siempre hacia adelante, hacia lo que nos espera. Lo que todavía está oculto pero se nos anuncia ya en Cristo resucitado.
Esta esperanza genera una manera nueva de estar en la vida. El cristiano lo ve todo en marcha, en gestación, moviéndose hacia la realización plena. No se contenta con las cosas tal como son hoy; busca lo venidero. Nada aquí es definitivo, ni nuestros logros ni nuestros fracasos. Todo es penúltimo. Todo es caminar hacia la ‘resurrección final’. Por eso, el pecado contra la esperanza cristiana no necesita manifestarse como ‘desesperación ‘; basta con vivir sin horizonte, sin ‘futuro último’, absolutizando lo inmediato, volcados en el presente como si esta vida de cada día lo agotara todo.
La fiesta de Pascua es una llamada a despertar en nosotros la esperanza cristiana, y a recordar algo demasiado olvidado, incluso, por los que nos decimos creyentes: ‘Aquí no tenemos ciudad permanente, andamos en busca de la futura’ (Hb 13, 14)». («Creer es otra cosa», José Antonio Pagola)
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